Próxima parada: Dictadura
Nunca se miente tanto como antes de las elecciones, durante la guerra y después de la cacería.-Otto von Bismarck
Desde su campaña electoral el ahora presidente espurio, Felipe Calderón, prometía mano firme para resolver los problemas de inseguridad de la nación. Eso apenas era un asomo de la política que habría de seguir después de ser impuesto de manera ilegítima en la silla presidencial.
Como una especie de premonición que marcaría el futuro de su gobierno, este personaje asumió el poder en una ceremonia accidentada, forzada, donde la presencia de elementos del Estado Mayor Presidencial y el Ejército le confirieron mas el carácter de un golpe de estado que el de una asunción a un puesto de elección popular.
Basta recordar esas penosas imágenes de la toma de posesión donde vemos a un Calderón rodeado por una lado de “guardaespaldas” y por otro lado de un mar de abucheos y repudio. Su expresión era más que elocuente; mostraba nerviosismo pero a la vez la sonrisa de aquel que llega y arrebata algo que no merece, que no ganó con justicia. La cara del ladrón.
Este triste día para la democracia mexicana -que parece tener la maldición de morir cuando apenas parece que nace- fue el comienzo de una serie de episodios que apuntan en una dirección que los que vivimos en este país no quisiéramos tomar jamás.
El sentido común nos dice que la necesidad de apoyo militar es inversamente proporcional a la legitimidad de una presidencia. El tamaño del aparato de seguridad que acompaña al presidente espurio muestra cuán pequeña y frágil es su figura.
Con cada una de estas acciones el presidente espurio disminuye la estatura de su embestidura a un grado tal que pareciera que se pierde en la inmensidad de una banda presidencial que le queda aún mas grande que los uniformes verde olivo que frecuentemente usa para aparentar ser el líder de un país en zozobra y alejarse de la figura de pelele con la que lo han marcado, con justa razón, sus detractores.
Paso a paso y dolorosamente se han ido estableciendo estas señales en los primeros meses de este gobierno, las cuales aisladamente podrían parecer inofensivas, pero viéndolas en conjunto configuran un escenario por demás preocupante.
Este gobierno comenzó demostrando su gran miedo con el aumento de sueldo a militares, lo que muchos podrían calificar de altruista, pero poniendo las cosas en el contexto de la situación actual del país resulta ser ni mas ni menos que un grito de auxilio en busca de protección y apoyo que intente ser un contrapeso a la ilegitimidad.
Ahora este pequeño “experto en conflictos bélicos” (no olvidemos la guerra sucia en la que tomó parte para tratar de destruir a su contrincante electoral) recurre a otro intento legitimador, la mal llamada guerra contra el narco que no es mas que un intento de mejorar su imagen en los medios y que también puede ser utilizada como pretexto para una lenta pero constante militarización del país.
Lo que mediáticamente funciona en la realidad ha demostrado ser un desastre total. La escalada de violencia en el país es incontenible y contrasta con los nulos resultados. Y a lo anterior habría que sumarle las sospechas de que estos operativos atacan a un cartel para proteger a otro y las numerosas y muy graves violaciones a los derechos humanos e incluso crímenes cometidos por los militares. Bastaría con ver el ejemplo de los retenes inconstitucionales instalados en muchos puntos del territorio, en los que incluso han habido civiles inocentes asesinados.
Torpe sería un benévolo e incompleto calificativo para quien tenga el afán de utilizar al ejército en funciones que por su naturaleza y entrenamiento no le corresponden. El querer instaurar un estado policial en el país por medio del Ejército debe verse como una falta muy grave y como una señal que nos alerta de las dimensiones de una aparato con una fuerza enorme en las manos de un diminuto personaje.
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